La dialéctica es literalmente
una técnica de la conversación; con igual significado, en latín es una rama de
la filosofía cuyo ámbito y alcance ha variado significativamente a lo largo de
la historia.
Originariamente distinguía
un método de conversación o argumentación, a lo que actualmente se llama
lógica. En el siglo XVIII el término adquirió un nuevo significado: la teoría
de los contrapuestos en las cosas o en los conceptos, así como la detección y
superación de estos contrapuestos. De manera más esquemática puede definirse la
dialéctica como el discurso en el que se contrapone una determinada concepción
o tradición, entendida como tesis, y la muestra de los problemas y
contradicciones, entendida como antítesis. De esta confrontación surge, en un
tercer momento llamado síntesis, una resolución o una nueva comprensión del
problema. Este esquema general puede concretarse como la contraposición entre
concepto y cosa en la teoría del conocimiento, a la contraposición entre los
diferentes participantes en una discusión y a contraposiciones reales en la
naturaleza o en la sociedad, entre otras.
El término adquiere un
significado no circunscrito al ámbito de la retórica gracias, fundamentalmente,
a los escritos del filósofo alemán G.W.F. Hegel. En la época en que escribe una
de sus grandes obras (Fenomenología del espíritu, 1808) el mundo parece haberse
puesto en movimiento, transformando de forma visible lo que había durado
siglos.
Se trata de los primeros momentos del modo de producción capitalista
que, a diferencia de los anteriores, se basa primordialmente en la circulación
de las mercancías y del dinero. Entonces el viejo problema filosófico del
cambio se agudiza: ¿cómo entender racionalmente que una cosa pueda cambiar de
apariencia y seguir siendo la misma cosa? Hegel concibe la realidad como
formada por opuestos que, en el conflicto inevitable que surge, engendran
nuevos conceptos que en contacto con la realidad, entran en contraposición
siempre con algo. Este esquema es el que permite explicar el cambio manteniendo
la identidad de cada elemento, a pesar de que el conjunto haya cambiado.
Con el mismo proceder
Karl Marx analizará la realidad social y, claramente en sus escritos a partir
de 1842, la entenderá como una realidad conflictiva debido a la contraposición
de intereses materiales incompatibles. Así dirá, en el Manifiesto comunista
(1848), que "toda la historia de la humanidad es la historia de la lucha
de clases"; esto es: la confrontación entre clases sociales es el motor
del cambio histórico.
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